Que curioso es vivir en éste mundo raro, ver como pasa la efímera realidad de los acontecimientos como algo ajeno, por delante de nosotros sin saber muy bien donde estamos. La realidad, ésa palabra que se nos impone como lo que es cierto, aqui y ahora, no deja de recordarnos lo redundante de nuestros actos y pensamientos, lo elíptico de nuestras fútiles vidas.
Todo empieza, todo termina, todo se crea, todo se transforma y todo se destruye, en una vorágine cruel y de milimétrica precisión, que no deja de rodar una y otra vez, sin apenas darnos tiempo a que la arena recuerde nuestro pié, una vez pasada la ola. La huella es, de nuevo, efímera.
Cuántos pasaron, a cuantos conocí y a cuántos conoceré, los que quedan por pasar, significa tiempo. El problema siempre es el tiempo, un torrente de partículas con una trayectoria pseudo cierta que define un movimiento, y la rueda gira otra vez. No espera, no hace ruido, pero está ahí, aunque no la veamos, ni la entendamos.
Cómo ver lo que somos desde dentro, como comprender lo irracional cuando la razón es lo único que nos queda, como razonar lo irracional, no podemos. Nuestra lógica, ése juego en el que se basan nuestras mentiras, nos envuelve en nosotros mismos, creando un juego de normas retroalimentado, al que evidentemente no podemos engañar, claro, cómo íbamos a destruir la lógica con lógica, la estaríamos retroalimentando.
La moral, lo nuestro, lo que nos queda en un mundo extraño, nosotros, yo, nada. No significamos nada ante la inmensidad, no influimos, no afectamos, ninguna de nuestras decisiones alcanza una repercusión lo suficientemente relevante para influenciar más allá de nuestro entorno cercano, ni aún cuando nos sentimos poderosos, orgullosos de nuestra lógica y la razón, aún entonces, cuando no escuchamos el inaudible susurro del movimiento de la rueda, ella está ahí, y seguirá su curso, y nada podemos hacer para evitar su movimiento.
Ella estaba antes que nosotros, antes de todo, como íbamos nosotros, pobres humanos, a afectarle. Todo lo que hagamos no irá más allá de nuestra limitada concepción de la realidad, encerrándonos en un torbellino retroalimentado que solo tiene un fin; el fín.
Errantes, vagamos caóticamente por ésta tierra, ignorantes orgullosos que necesitan creer que todo debería tener un objetivo, un fin, ignorando que estamos de prestado, que hagamos lo que hagamos la rueda seguirá girando con o sin nosotros, que lo que para nosotros es inmenso, para ella es ínfimo. Y aún pensamos que sabemos, valiéntes estúpidos.
Pensamos que la realidad fluye de un punto a otro, y nos limitamos a decir, ésto es real, es cierto, ha ocurrido. Pero no contemplamos la posibilidad de que, para ir de un punto a otro, existen otros caminos, de hecho, para la realidad exiten infinitos caminos.
Nosotros representamos uno de ellos, y los otros, están aquí, pero no los escuchamos, nos negamos, no queremos, hemos aceptado un hecho como cierto, como ocurrido, porque hemos observado un cambio en la materia y lo hemos comprobado. Pero ésto en realidad no significa nada. La materia puede tomar infinitos valores y cambiar y algo que teníamos por ocurrido, de repente puede "no haber ocurrido" y ni siquiera recordar que hubiera ocurrido, puesto que su efecto en nuestra comprobación sería superfluo y no hubiésemos notado el cambio en la materia, lo que quiero decir, es que el tiempo es relativamente flexible en relación a nuestro movimiento en la rueda.
Si estamos en el flujo de la materia y vamos hacia adelante, no podemos dar por hecho que el canal es rígido, de forma que una flexibilización podría dar lugar a lo que antes he dicho. De la misma forma, para ir hacia atrás sería necesario flexibilizar el canal, teniendo en cuenta las consecuencias, es decir, mezclar lo acontecido con lo que acontece, puede dar lugar a cambios en la materia, que pasarían desapercibidos bajo la interacción de la nueva posición en el flujo, dejándolos como "no ocurridos"
Y de ésta forma es como estamos aquí, sin saber cómo ni por qué ocurre lo que ocurre, intentando dejar huella en la arena, omitiendo escuchar el evidente sonido del mar y olvidando las mareas, viendo pasar la realidad sin comprender, dejándonos llevar por el animal que llevamos dentro, por qué si no íbamos a ser más de lo que somos, cómo podríamos ser más, como no comprender por qué somos menos.
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